Mientras se iba acercando a la escuadra que lo acogió durante varias batallas y que ahora estaba ahí, desperdigada, con pocos sobrevivientes y varios hermanos que no volverían a ver la luz de otro día.
Con mimo, tomó los cascos de sus siete hermanos caídos en batalla, y los acuno con sus brazos, para que, como si fuesen parte de aquellos que compartieron risas y batallas con él, fueran en sus brazos una vez más.
Ya en la base de operaciones en el planeta forja, se encontró con una gran celebración por la victoria de ese día, sin embargo, el joven de cabellera blanca no estaba sonriendo del todo, su equipo, sus amigos que una vez fueron rivales habían caído ante la agresión de unos cuantos, por la torpeza de unos pocos.
En ese momento en que la algarabía llenaba los rincones de la base pero no el corazón del lobo blanco, un guerrero con una armadura cubierta de runas y un símbolo de un cráneo rodeado por un engrane se acercó al chico:
-¿Qué piensas hacer con esos yelmos hermano?- le pregunto sentándose a su lado.
Siegfried al escuchar al sacerdote de hierro detrás de su insondable mascara rúnica, giró su rostro, y con voz sincera pero melancólica le respondió:
-yo sigo con vida y deseo honrar sus vidas por siempre para que me acompañen, quizá si yo fuese más hábil, ellos seguirían con vida-
-eres muy noble, pero no dejes que la pena te agobie, mientras voy a reparar las hombreras de tu armadura y dame los yelmos, ya veré que hacer con ellos para que tus hermanos te ayuden en la batalla hasta que seas reclamado por Morkhai- le respondió el sabio guerrero sin perder la compasión en la voz.
El sacerdote se retiró con los yelmos de los hermanos caídos con la ayuda de sus servobrazo, para luego perderse de vista al adentrase a las calderas del planeta.
Siegfried apuró un tarro de cerveza y comenzó a contagiarse de la alegría de los asistentes pero cuando su sonrisa ya se ensanchaba más se escucho un grito, más parecido a un ladrido:
-¡General entrante, Señor Jerran Kell, Sacerdote Lobo Arkor, Señor Lobo Mizard Colmillo de diamante, firmes!-
Todos los asistentes se quedaron de pie en posición de firmes con una solemnidad y presteza asombrosos.
Un momento más tarde, el señor lobo, cuyo cabello corto, estilo militar, con una coleta de caballo delgada ubicada en la base de su nuca y un color blanco azulado brillaba con las luces del comedor. Levantó la mano para que sus hombres relajaran sus facciones y pudiesen tomar asiento, mientras que los soldados de la guardia se mantenían rígidos como tablas.
Los oficiales pasaron pero Mizard miró a Siegfried y con un movimiento de su mano lo llamó, este sin rechistar se levantó de su asiento y lo siguió hasta salir de la habitación, dejando a los ridículos soldados imperiales quietos como estatuas pues no habían recibido la orden de relajar los músculos ni un segundo.
-Muchacho, buen trabajo, pero como era de esperarse la chica no piensa hablar, te necesito en la sala de interrogatorios en treinta minutos y por favor lleva tu armadura completa, sin hombreras te ves… extraño, ya le ordene a Erick que se apresure con esas composturas y por cierto buen trabajo nuevamente, te tendré en cuenta- Le asaltó el señor lobo sin dejarle siquiera presentarse, y así como habló se dio media vuelta tocando el hombro del chico y se fue con los otros señores de la guerra.
Siegfried con la emoción embargándole en cada fibra de su ser, corrió escaleras abajo hasta las calderas de fundición para encontrase con el llamado Erick, quien evidentemente era el sacerdote de hierro.
Lo encontró enfrascado en unas hombreras grises con los vivos en rojo, dándole los últimos detalles, cosa que extraño harto al joven guerrero puesto que su rango de garra sangrienta lo obligaba a tener los adornos en amarillo.
-Hola Chico ya casi están tus hombreras solo me faltan detalles mínimos, y en el banquillo están los nuevos aditamentos que me pediste, los hice con los yelmos de tus hermanos de escuadra, ojala te sirven y te agraden- le dijo Erick mientras seguía martillando y vertiendo acero en la hombrera. Siegfried corrió a ver qué era lo que había hecho el sacerdote de hierro para con él.
Unos pocos eslabones de cadena descansaban en el banquillo, finamente pulidos y bellamente forjados, no era una cadena muy larga pero si enormemente resistente, la tomo entre sus manos y la enredo en su antebrazo asegurándola en la parte de la muñeca, sin duda una protección adicional forjada con las vidas y almas de sus hermanos caídos en batalla, ahora sabía que si más caían ayudándolo, terminarían como otro eslabón en la cadena, honrándolos, y recordándole que les debe más que su propia vida.
De repente Erick lo saco de su ensoñación, gritándole con fuerza: -Hey chico, ven para acá debo asegurar tus nuevas hombreras y ver que la cadena quede bien en tu brazo, no tenemos tiempo el señor Mizard me dijo que tenía media hora terrestre, hace veinticinco minutos- Siegfried se apresuro y la fusión de brazo con hombrera comenzó.