Ya en la cueva el joven guerrero se encaramo y se perdió en un agradable sopor, pero el sueño que avisto fue lo más raro y terrorífico que jamás hubiese siquiera imaginado.
Se encontraba tendido en su lecho, en la cámara del colmillo, él dormía pero un guerrero del cielo con un estilete inyecto en su cuello una sustancia extraña, turbia y sanguinolenta, aunque indolora tanto que no molesto su sueño.
Después se veía a sí mismo con sus ropas de viaje, la enorme pelliza del lobo blanco cubriéndole el cuerpo en su totalidad y dejando algunas partes arrastrando por la nieve. Mientras andaba, una figura blanca como la nieve trotaba hacia él, era el mismo lobo a quien había ejecutado pero esta vez trotaba a toda prisa sin un atisbo de cólera o enfado para con él. De repente al estar cerca del guerrero, el enorme canino se impulso en sus cuartos traseros propinando un salto hacia él.
Lento como en pocas ocasiones se había visto, Siegfried sintió el abrazo del lobo, pero no mordiéndolo ni tumbándolo en la fría nieve, sino entrando en él, compartiendo el espacio con él, el mismo cuerpo, la misma alma y el mismo espíritu en el mismo momento. Fue ahí cuando despertó.
Una fuerte sacudida de espasmos lo arrojo de regreso al frío suelo, un dolor insoportable le socarraba las entrañas, sentía como sus brazos se partían y se fundían de nuevo con los huesos del lobo. Su mente se embotaba y solo podía ver los profundos ojos de su ahora hermano de alma. Su estomago, su corazón, sus pulmones y hasta sus oídos los sentía ardiendo como si dentro de él hubiese estallado un volcán.
Con las pocas fuerzas que le dejaba el dolor, tomo un puñado de nieve y lo trago sin chistar, pero el calor de su interior no se calmo ni un segundo, revisó la caverna en busca de algo que mitigara las flamas que crecían sin dar tregua. Lo único que logró ver fue el cadáver de su adversario, la carne en perfecto estado gracias al gélido clima del planeta, la vio tan jugosa, la sangre tan fresca y los jugos de las entrañas del lobo tan fríos que con todo el dolor de su cuerpo atacándolo, se arrastro y dio una mordida al crudo musculo de la pierna del animal.
El sabor era glorioso, la sangre corría por su garganta calmando el ardor de su interior, dio otra mordida y bebió toda la sangre que escurrió del músculo del animal. Jamás había experimentado un gozo de tal magnitud que mitigo incluso el dolor de sus extremidades, por lo que aunque su cuerpo se retorcía por el rompimiento de sus huesos, él comió salvajemente la carne de su aguerrido oponente, quien incluso después de la muerte lo atormentaba con espasmos de dolor incalculable.
Al terminar varias partes del lobo, órganos e incluso huesos, el guerrero no aguantó más. El dolor no había dado marcha atrás y sentía que algo crecía dentro de él, se dio la vuelta hacia el otro costado y vio en el fondo de la caverna, reflejado en una roca congelada, su propio rostro, ensangrentado, con el cabello en el rostro y con un aspecto similar a una bestia. Ahí comprendió que era un lobo devorando a otro lobo, no permitiría que esa parte salvaje de él dominara sobre la racional, debería haber equilibrio, debería existir una proporción justa… siempre justa.
Trató de dominarse, de mantener el deseo por sangre y carne fresca inhibido en su ser, pero un nuevo espasmo recorrió su columna, sintió como varias vertebras se rompían, crecían desmesuradamente y se fusionaban de nuevo en unos cuantos minutos. El dolor fue tan salvaje y rabioso que no pudo evitar un grito desgarrador que le sonó más bien a un aullido de lobo, profundo, grave y solemne…
quedo bien, aun que lo volviste wulfe, pobre loco, jajajaja
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