martes, 7 de diciembre de 2010

IV Domando al instinto


Siegfried se encontraba en la nieve tumbado con las ropas rasgadas, la piel del lobo blanco aun le quedaba enorme y podía cubrir en su totalidad su cuerpo, su aspecto aun denotaba el hecho de que era un hombre pero con la mirada cansada y perdida, habían pasado ya 8 días desde su primer espasmo de dolor y transformación, y hasta ese momento su cuerpo había parado de sacudirse y de cambiar.

Su alimentación se había basado de nieve, carne de su adversario blanco y carne fresca de otros animales menos salvajes, sin embargo por embriagador que fuese el sentimiento por devorar cosas vivas y crudas, en su fuero interno sentía repulsión por sí mismo. Estaba dejando que el lobo blanco se apoderara de su cuerpo y que hasta su mente se viera asaltada por el sentimiento salvaje de su hermano de alma.

Se levantó de la nieve y camino en dos piernas, erguido pero cansado, arrastrando un poco los pies y con la cabeza gacha. Su cuerpo había crecido considerablemente, sus músculos se habían torneado y tonificado, sentía en su interior que algunos nuevos órganos se habían formado pero pequeños en comparación con los que ahora tenía.

Había formado nuevos huesos, su piel se regeneraba con rapidez, y su sangre burbujeaba de manera extraña en su ser, pero sobre todo su olfato se había desarrollado enormemente, al igual que su visión, la cual podía ver mucho más lejos y con mayor claridad en la cerrada noche de Fenris, aunque aun con dificultades, no se sentía completo, sentía que algo faltaba, pero ¿Qué?

Con los conocimientos y la herencia que había aprendido de su tribu en donde el perder el control es inaceptable, Siegfried se sentó en posición de loto, cerrando ambos ojos e interiorizando en su alma para encontrase de nuevo con su parte salvaje y domarla o morir intentándolo.

De repente, se vio a sí mismo en un paraje blanco, sin paredes, sin cielo, sin espacio, pero con el suelo firme y blanco, ahí vio al lobo, justo por enfrente de él, altivo, orgulloso, mucho más fuerte y grande que él. El hombre se adelantó para estar por enfrente del animal, pero este giro la cabeza y con un gruñido mostro los temibles colmillos, advirtiendo que ahí estaba en su territorio.

Siegfried no claudico y se adelantó para estar al lado el animal. Mágicamente una cadena apareció en su mano, la cual se conectaba en la garganta del animal. Cuando el lobo se adelantaba, el guerrero jalaba con fiereza la cadena, lastimando su cuello pero manteniendo la disciplina y el respeto.

En animal trató de volverse y atacar al nuevo manejador, esté lo aplacó con la cadena y le dijo con fuerte voz, estamos juntos en esto, ni tu ni yo somos superiores, tu eres igual que yo y yo soy igual que tu, nadie es más grande o más fiero, los dos somos un complemento, tu eres mi parte salvaje y leal, yo soy tu parte racional y templada. Somos un complemento del otro y por eso vivimos en el mismo.


El animal agacho la mirada, sumiso se fue empequeñeciendo hasta quedar del tamaño del hombre, y una voz profunda salió de su mente, pues nunca movió el hocico. Lo que te hace falta es lo que nos hace dioses, esto es un buen comienzo, deja la cadena, nunca la volverás a necesitar, soy tú, tú eres yo, somos la contraparte perfecta, mis dones son tuyos y tus habilidades mías ahora somos un lobo y un hombre, pero esto no es todo, el dolor que sufrimos fue mucho pero falta un poco más, la adrenalina me hace más fuerte pero si logramos controlarme seremos lo que los señores del cielo desean.


Siegfried salió de su ensimismamiento y observó a lo lejos un enorme oso negro, con garras como navajas y brazos como troncos, era el momento de robar los talentos de él con su hermano, era tiempo de probar la habilidad de una semi-dios, era el momento en que Siegfried y Endoval fuesen uno.

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